sábado, 29 de mayo de 2010

Del Dios Ojos

El perro que te mira al pasar, ése que come una bolsa de basura y no traga basura, ése no es un perro. No me alcanza el castellano (y creo que no hay idioma suficiente) para establecer la diferencia discursiva entre un perro y un perro, pero ese perro concienzudamente no es un perro, sino un perro.
Cuentan (o "escribieron") que los chamanes percibían un espacio organizado como una grilla de portales que se abrían a otras realidades: a veces bastaba tocar madera para invocar sin palabras a un dios menor que nos protegiera de algún maleficio; a veces se necesitaba cierta específica danza para iniciar un mecanismo secreto que desencadenaba en preciada lluvia; a veces se repetían palabras incoherentes aprendidas vía oral y veladas por generaciones de iniciados; a veces las formas del rito determinaban cierta planta, cierto animal o cierto elemento natural (barro, sal) o construido (cuchillos, yesca) para ser la clave, la llave del proceso mágico esperado. A veces los chamanes mueren sin legar su arte a ningún discípulo. Hoy creeríamos que la magia chamánica no existe, que la realidad mágica murió con la visión poética de los últimos pueblos ajenos a la modernidad: la magia existiría a pesar de la muerte de todos los chamanes, a pesar de todos los charlatanes y de los defensores de la realidad "tradicional". Hoy no nos es dado acceder a esas otras realidades por medio de palabras arcanas, ni de talismanes o movimientos especiales, ya que no podemos ver esos portales, no sabríamos distinguirlos de un árbol o un charco de barro con hojas muertas. En Japón, creo, los pobladores construyen arcos en madera, pintados de rojo carmín, para pasar a "otra zona" o dejar entrar a otros pobladores. En París, Cortázar (un escritor argentino) imaginó un juego de rayuela, una boca de subte y hasta la pupila agigantada de una niña en una foto publicitaria como esos portales "a lo otro" (cfr. "Rayuela" y "62/Modelo para armar"). En Brasil, si no me equivoco, existe un catálogo de deidades menores y medianas que median con un dios único y eterno, y cada entidad es invocada con un guarismo de colores específico, un tamborileo rítmico determinado y una danza exclusiva. En Francia, me parece, al ver en el cielo la estela de humo blanco que deja un avión en vuelo una persona que cuenta rápidamente "un, deux, trois, quatre..." está formulando un deseo y si un amigo lo interrumpe ese deseo se realizará en los días determinados por el último número pronunciado. Formas de la magia hoy, de acceso a eso "otro"; portales que más o menos conocemos. Sin embargo existen otros portales que ignoramos, que seguiremos ignorando aunque lo denuncie en este texto, porque ni siquiera yo (que escribo) puedo saber dónde están o cómo son, aunque los imagine. En Argentina, ver dos trenes avanzando en direcciones opuestas (estando parado frente al punto donde sus recorridos se encuentran) otorga la posibilidad de pedir un deseo (¿a qué dios?) y pasar bajo un puente en el momento en que un tren lo recorre (es decir, pasar por debajo de un tren) posibilita pedir otro deseo: conozco una calle oscura cerca de la casa de mi abuela donde es posible pedir dos deseos (y una vez lo hice).
Ese perro que te ladra cuando te alejás, cuando caminás más rápido porque hace frío y es tarde y un perro ladrando no resulta muy amigable, ese perro, repito, no es un perro. Es un perro, por supuesto, pero vos no sabés (y tal vez "eso" tampoco) que lo que se mueve como un perro, huele como un perro, tiembla y olfatea y come y ladra como un perro no es ningún ser viviente de esta realidad: así es como lo vemos, como lo percibimos "de este lado". Del otro lado, donde quizá alguna vez alguien nos invoque, donde otros dioses duermen o esperan o persisten, del otro lado del perro, ese perro es un portal.